lunes, 25 de noviembre de 2024

Y de repente

todas las canciones de amor sonaban para mi, no para nosotros y me permití sentir una pieza de corazón que guardaba para los recuerdos. 

Qué cosas más extrañas pasan cuando duele el alma y es que cuando todo se viene abajo, el arriba no deja de existir por mucho que no lo veamos.

Qué duro gustarle a todo el mundo menos a ti mismo. Qué duro ver belleza en todo, tanto lo que tienes como lo que no. Qué duro es venir a este mundo a sentirlo todo y a ver los colores y a vivir la magia y a creer en el amor y en la vida y en lo que conviene. 

Qué duro creer en el amor romántico que se queda cuando tienes que darte cuenta que soltar es el mayor amor que pueden darte y que puedes dar.

Y cómo duele, qué bonita tiene que ser tu alma, qué fuerte, qué vulnerable, qué sutil, qué herida más grande te ha quedado para enseñarme a soltar para enseñarme que no es que no pase nada, siempre pasa todo y en ese todo hay amor, hay apego, hay dolor, hay libertad.

Qué duro ver todo por lo que he pasado sin amarme, qué duro ver todo lo que te he hecho pasar por no amarme, qué duro sentir que podría haber ahorrado tanto dolor si me hubiera querido antes, si hubiera comprendido antes que las reglas del juego nunca me las explicaron y yo lo entendí todo mal.

Nadie es más valiente por soltar o por quedarse, toda decisión supone de una fortaleza inimaginable, todo movimiento implica cambio y el quedarse es un cambio que transforma hacia dentro, que expande o comprime, que hace que llegar muy lejos, profundo y lento. Y cuando estás ahí, cuando te has roto para poder quedarte, cuando has confiado, cuando has intentado todo y aún así o todo o nada te convence, una parte de ti muere para siempre porque ha dejado de ser por si misma para ser parte de un todo consciente. Y no está mal, no pasa nada, pasa todo.

Soltar es la cruz de un duelo doble, soltar es llorar la pérdida antes de tomar la decisión, soltar supone heridas invisibles e injustificables en el exterior y una vez sueltas, sin arnés, sin cuerda, sin paracaídas, quien se cae eres tú y el mundo lo ve y tú solo te sientes libre a la vez que sabes, como el que se tira de lo alto de un tejado, que igual no era la mejor idea, pero es la única que pudiste tener. Y no está mal, no pasa nada, pasa todo.

Ojalá me hubieran dicho que no hay una decisión mala. Hubiera preferido saber antes que el imperativo categórico de Kant sobre la moral no era más que una opinión subjetiva con valoración de los hechos desde la conveniencia, porque sin moral y sin buenas o malas decisiones, 

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