Sus ojos me miraron desde la otra punta de la habitación, sabía que estaba ahí aunque no pudiera verla.
Sus silencios eran droga y oasis en una avalancha de emociones.
La mano cobra vida, sus dedos se deslizan por mi vientre. Me siente, la siento.
La sonrisa, la mirada. Perversa y desenfrenada.
Respiro tranquila con su beso. Me marean sus versos y la dulzura en el proceso de hacer que acabe en su cielo.
Lluvia, hojas y rocío, hay fuego en mi selva y gritos en el olvido. Quiero ser dueña de esos recuerdos, de todos los gemidos.
Sigo sintiéndote, en mi espalda, en el vientre, en mis manos y en el cuello. Me llevo los dedos a la boca y sonrío humedeciéndolos.
Qué peligro para el alma, qué daga en el pecho y qué veneno letal si me cierras las puertas de tu cielo.
A ti, que te gustan las armas blancas, eres la más afilada que he sentido en mente y alma.
jueves, 13 de diciembre de 2018
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