Lleva una túnica azul, parece un kimono y su bordeado de flores rosas y verdes se desenvuelve entre el contraste de las mangas vaporosas.
No se le ven las manos, en el vacío de la extensión de sus muñecas se puede ver la llama de los que han perdido la esperanza pero no la fe y carcomidos por el odio de quienes les han hecho perder.
Parece una estatua, una de esas de los parques bajo la que los niños juegan a desenterrar las piedras más pequeñas y se ríen sin miedo porque saben que están bajo el amparo de un futuro que lejos de ser incierto, a ellos les tiene miedo.
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