Esta es una historia fantástica, un relato de hadas, algún que otro dragón y una niña así que esto solo puede significar una cosa y es que todo lo que se cuente es real, tan real como el fuego, como la magia, como los hechizos y las constelaciones, tan verídico como que estás leyendo la historia de mi vida.
Estupefacción y sorpresa era todo lo que se palpaba en el ambiente aquel 15 de octubre. Cuando salí de la flor de loto era un bebé precioso, retozaba entre los pétalos y regalé mi primera sonrisa a Shargain, la reina de las hadas. Nosotras no tenemos padres ni madres, todos somos uno, un clan, una familia y cada nacimiento es celebrado con gran alboroto ya que nosotros solo podemos nacer la primera luna llena de primavera aunque... Hay algunas veces, muy raras y contadas con los dedos de la mano de un duende, en las que las cosas parecen salirse de madre como en el día de mi nacimiento, porque yo nací la primera luna nueva de invierno. Me llamo Faerydae, significa "regalo de las hadas" pero todos me llaman Fey.
Los años fueron pasando y yo cumplí los 100 añitos que para el mundo de los humanos son como unos 16, justo en la adolescencia.
Recuerdo ese día como si fuese ayer, maldito día, siempre lo diré... Mejor os lo explico desde el principio para que lo entendáis.
Todas las hadas hacemos partidas de adopción cuando cumplimos los 100. Salimos cargadas hasta los bordes con fardos repletos de libretas con los nombres de todos los humanos a los que tenemos que visitar y "dotar". Parecerá que somos débiles pero realmente ese montón de papel y tinta pesan una barbaridad si tienes que volar de mundo a mundo cargando con ello sobre unas diminutas caderas.
Aquel día hubo muchas turbulencias por el camino, me separé del grupo, subí demasiado alto o tal vez caí varias nubes más abajo, ni lo sé ni importa ya, pero como si fuese en un abrir y cerrar de ojos allí estaba yo, en un pueblecito a las afueras de un pequeño estado de América del Norte llamado Denthon.