¿Recuerdas los lápices del colegio?
Los de punta del 2, negros y amarillos.
El otro día pensé que eran como una abeja, si afinabas bien la punta, mejor letra hacía pero era más probable que se me rompiera.
Puede que sea afinar mucho, pero creo que la forma de encontrar nuestro renglón en el mundo para escribir nuestra historia, depende de lo afilada que tengamos la punta.
Lo exigentes que seamos con el mundo, o dicho de otra forma, lo afilada que tengamos la punta que sacamos al mundo, dará como resultado rompernos por el esfuerzo de siempre estar hilando fino o dejar por ahí marcado algún trazo más grueso porque dejamos que se nos desgaste la punta.
Aquí todo vale, no hay juegos, pero sí inconsciencia. No es inocencia, es inconsciencia. Un papel en blanco para crear, mil líneas que escribir...
Qué peligroso me parece enfrentarse al mundo con un papel y una punta de lápiz afilada, qué locura es el empezar a escribir un papel de niño y acabarlo siendo viejo y pretender que la punta sea igual de fina, que la letra no haya cambiado y que la historia tenga coherencia.
Pero de alguna forma, siempre lo logramos, todos acabamos escribiendo nuestra historia con nuestro propio idioma y lenguaje, eso es admirable.
Estamos hechos para contar nuestra historia, con un lápiz, aunque sea sin punta.
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