Los eventos canónicos son esos que te hacen conectar cables y decir, vaya, así que cuando todo el mundo hablaba de ser adulto se refería a esto.
Lo de ser adulto es un ejemplo, claro, pero Sara tenía muy presentes todos los eventos canónicos de los que le habían advertido.
De hecho, se había empezado a plantear que toda la vida le parecía un evento canónico. Pero al revés.
A ella todos le salían al revés. Siempre le habían dicho
"Ya verás qué liberada te sentirás cuando empieces una nueva relación"
"Ya verás qué ganas de ser madre te van a dar cuando tengas 30"
"Ya verás qué complicada es la convivencia en pareja"
"Ya verás que cuando tengas un trabajo estable no querrás que se acabe"
Y una tras otra iban cayendo en picado y rompiéndose en mil pedazos, igual que las ideas preconcebidas que seguían a esos supuestos eventos.
De hecho, cuando empezó una nueva relación tras su ruptura con el guitarrista macarra que le llevó a los mejores conciertos y las peores lloreras de su vida, empezó una relación con una barista que a pesar de que le hacía los mejores cafés de la zona, no consiguió quitarle la añoranza y el pesar del pecho.
Daba igual lo enamorada que estuviera, sus sentimientos necesitaban, aparentemente, más tiempo que los de los demás para perder fuerza,
Cuando tenía 25 estaba mucho más emocionada con la idea de ser madre que con 30.
Cuando se fue con su pareja a vivir, pensó que simplemente la vida era infinitamente más fácil y barata.
Cuando tuvo trabajo estable, se pasó los siguientes 5 años rezando por que se acabase, hasta que la despidieron.
Solo hay un evento canónico con el que estuvo de acuerdo y es el de "Ya verás cuando vayas al supermercado, te darás cuenta de lo caro que es vivir".
Efectivamente, nunca había mirado un aguacate con tanto respeto como cuando tuvo que racionarlos como pequeños y cremosos lingotes de oro.
A Sara todo le salía al revés y aunque estaba agradecida con la vida por todo lo que le había dado, muchas veces se sentía tremendamente fuera de lugar, pero realmente, lo único que le faltaba era dejar de comparar su vida con la de los demás.
Porque ella era diferente y sentía, podía ver y bailar entre las líneas de lo mundanamente establecido y lo fugaz de lo divino en cada cosa. Podía ser, más allá de cualquier norma social, más allá de todo y de todos.
Así que Sara vivía sin miedo al borde de la hipocresía, sonriendo a quienes se identificaban con ella porque pensaban que compartían esos eventos canónicos que se supone que te convierten en uno más y siguió bailando por los márgenes y a compás y guardó en una libretita sus verdaderos eventos canónicos, alejados de todos los demás.
Se lo dedico a Marina, gracias por hacerme libre y por que me mueva siempre a destiempo, entre líneas y que parezca que sé bailar.