Ya no recuerdo si era de noche o de día, si mi pecho estaba
herido o los cortes habían desaparecido. Que inexplicable e infinito es el
dolor, el amor es leve e intenso pero el dolor… El dolor se hace notar. Es por
esto que suele ganar.
Me levanté en un suelo frío y oscuro, mis ojos se habían
acostumbrado en seguida a la penumbra pero no había nada más que 4 paredes
grises y sucias de piedra. Nada podía llamar mi atención excepto el viscoso
líquido que notaba por la cabeza y las manos apoyadas en el suelo.
Acerqué el ungüento a mi nariz y en seguida distinguí el
olor a hierro y sal de la sangre, sangre coagulada.
Me levanté bruscamente horrorizado y traté de encontrar un
escape. La ventana por la que entraba algo de luz tenía barrotes pero nada más.
¿Cómo había yo acabado ahí dentro?
¿Qué ha pasado con mi viaje de estudios a Nueva Orleans?
Y lo que es más importante ¿Dónde está mi móvil? Estúpida
pregunta pensareis, pero no, el móvil era lo único que miraba desde que
despegué en Oklahoma hacia mi nuevo internado para completar mi formación de la
secundaria y el motivo de tal apego a ese aparato es que ese día iban a
mandarme un mensaje con la nota final de mi examen de acceso a la universidad.
Joder, espero haber aprobado.
Me apoyé en la pared mareado por el olor de la sala y el
dolor de todo mi cuerpo. Sentía las piernas y brazos entumecidos y el torso
dolorido. Alguna imagen de dos hombres y una mujer pegándome me vino a la mente
como en una pantalla de cine, mi pecho dolía y comprendí que parte de la sangre
del suelo era mía y no sabía si esperar con devoción que fuese toda mía o que
no.
El dolor acabó por vencer y me dejé resbalar apoyado en el
muro hasta sentarme.
De pronto un crujido me puso alerta.
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