domingo, 5 de noviembre de 2017

Cómo escribirle cartas al viento

Se nos ha olvidado cómo escribirle al viento cartas. 
Se disuelven con el agua y están perdiendo densidad. 
En el aire se agolpan las corrientes de grandeza que desprendíamos de niños por cualquier cosa, un gusano, una concha, tu sonrisa... Si, esa era la que daba más risa, por sencilla y de verdad.  
No creo en los arrepentimientos aunque viva constantemente de segundas oportunidades. Porque justo antes de hacer algo, sea lo que sea, hay un segundo en el que se es totalmente consciente de cómo y por qué escogemos ese camino. 

Por eso es que a mi se me están olvidando tus matices. Decidido o provocado con tu presencia intangible, como casi siempre ocurre en las primeras veces. 
Claro que lo sabía, pero eso ya lo hablamos. 

Porque siempre, esas primeras veces, vamos deprisa, sin medida, hasta el corazón y llevamos en vendavales el sentimiento que se queda sin oxígeno a pesar de estar en medio de un tifón. No es de extrañar que te vaya difuminando entre el día a día y mis horas muertas, que si están muertas por algo es. No es bueno camuflarte en esa ausencia y tampoco recriminarla pero es que entre la retirada y la soledad elijo mi convivencia.

Al final entre tu, él y el mar se ha escrito algo, a pulso de cabezotas y a patinazos sobre algo que no es hielo ni justificable. 
Enhorabuena, que al fin y al cabo para eso estamos viviendo.
Se nos ha olvidado como escribirle al viento cartas, porque a la galerna se le escribe despacio, a kilos de tinta por peinado alborotado y así debe de contarse para que tenga la consistencia capaz de aguantar las lágrimas que la arrastren.

No sé quién ha vuelto pero aquí hay alguien escribiendo, tengan paciencia.

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