Pocas cosas hay más personales, que las letras que salen del alma. Esas letras apuntadas en una servilleta de la cafetería de la estación. Las que caen con la fuerza de los dedos a través de un teclado. La letras, que juntas, describen lo que hasta entonces pocos pueden imaginar. Letras que forman historias personales, desde lo más profundo de un ser, para otro. Ahí está la clave. De un ser, a otro.
Juntar una vida con otra, en la misma tinta. Unir lo más primitivo del ser humano, los sentimientos, con lo más básico, la comunicación.
Supongo que querrás que deje de contarte rollos y que te diga que quiero este año, pero tengo que demostrarte todo lo que significa para mi lo que te voy a pedir.
Es tan sincero escribir una canción para otra persona, como fundamental es el hacérselo llegar. Un compás, al ritmo del latido del corazón de quien lo compone, intransferible y directo. La melodía de la letra es un reflejo que potencia los colores de las palabras, marca el tono de una conversación cuyos interlocutores son el corazón del emisor y la razón y memoria del receptor.
Quiero vibrar con la huella de mi en otra persona. Saborear con mi boca al pronunciar cada nota y hacer visible un intangible. Recordar, al compás, las memorias que han marcado su vida y en las que he sido al menos, en una quinta parte, protagonista.
Querido Papá Noel, quiero tener ese privilegio y si puede ser, que todo el mundo tenga una canción esta Navidad aunque no suene, aunque tenga forma de abrazo, de beso, un apretón de manos, una mirada... Porque lo que cuenta es oír ese latir, ponerle música al momento que te hace conectar con el otro.
Porque nos necesitamos, porque este año me ha superado todo y solo me quedan las personas. Confiar en ellas, en su interior, es lo último que puedo hacer y sé que es un suicidio, pero lo voy a hacer. Sé que lo que oiga, será precioso. Por eso quiero, que estas Navidades, me regalen una canción.
Dame una tregua y te prometo que este año seré buena.
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