Al camino recto le otorgo la duda del que lo camina, pensando en si sus pasos serán algo acertado, queriendo subir al cepelín que le lleve por los aires... Así es ella, así es Babú.
Babú siempre quiso tocar las estrellas, vivir en una. Le horrorizaba hacerle daño a la gente y por eso quería tener un perro, que cosa más rara ¿verdad? quería aprender de él, ser fiel. Disfrutaba de los pasteles de chocolate, así como de los de crema, fresa y manzana, el de limón le recordaba a su madre porque en un viaje familiar comió tantos que le sentaron mal y no podía ni salir del hotel... Le gustaba como su papá cuidaba a su mamá.
Babú sabía bailar con la muerte, a soñarla sin miedo, sin deseo, sin ansiedad, sin pena... Sufría por todos aquellos que no sabían y a los que le aterrorizaba la idea de morir. Babú era una buena niña de ojos claros y pecas en la nariz, de pelo castaño y rebelde. Adoraba bailar con su abuelo en el salón con el casete cada vez que venía de visita. Babú recogía piedras y las lanzaba al mar con cuidado para no salpicar a los peces que pasaban cerca. Le gustaba ver sus pies hundidos en la arena, sentir la piel de gallina y ganar un duelo de sonrisas.
A esta pequeña le frustraba colorear porque no había en el mundo una caja de colores con todos los que necesitaba para pintar el mundo como ella lo veía (sentía). Odiaba ir al colegio y a natación, no entendía que tenía de malo quedarse en casa viendo los dibujos o leyendo un cuento. A todo esto, creía firmemente que su mamá no era una persona, sino un ángel como poco. Babú era feliz, era como todos pero a la vez muy diferente.
Ella hablaba como una adulta, lo sentía todo como una flor el rocío por sus pétalos. Agradecía cada palabra que le dirigían como si le tendiesen un salvavidas en medio del océano. Tenía pasión por sus amigos, por las bienvenidas y encuentros, su cuerpo no podía contener todo el gozo que sentía al recibir a su familia y amigos en la estación de tren. Sabía que en una estación de tren, algún día, le pasaría algo que nunca olvidaría.
No tenía nada y lo tenía todo, no le faltaban ni besos, ni comida, ni paisajes en terraza, ni viajes en carretera... Pero un día le faltó el alma y sintió morir, llegó el día. Saludó a su vieja amiga, la muerte, ella que la trajo a esta vida, ahora la llevaba consigo y que alegría de volverla a ver, era recíproco. Las mejillas sonrosadas se volvieron carmesí de la emoción, tanto que la pequeña se avergonzó de su parecer. La muerte la abrazó con cariño y por primera vez maldijo a todas y cada una de las personas que habían pasado por la vida de Babú y le habían arrancado un pedacito de su ser... Pero ya no importa, Babú es libre ahora.
By: Kiissy