Tú fuiste mi primer baile, fuiste la primera vez que me sorpendí a mí misma como una líder, disfrutando, pidiendo marcha y algo sinvergüenza.
Tú mayor, cansado, pero con los ojos, tiempo y corazón solo para mí.
Gracias por esos minutos que hoy después de 20 años guardo en mi corazón.
Sé que en parte querías estar en el sofá, con los demás, acabándote la merienda, encenderte el puro y tomarte la pastilla, pero ahí estabas conmigo, desesperado por seguirme el ritmo.
Te cogí las manos sin miedo y con unos pocos nervios empecé a bailar y al ver que no funcionaba, te pedí que me enseñaras. Confieso que yo estaba tremendamente sorprendida de mi valentía y despojo, cosas que tú ya habías visto en mí, pero eso yo no lo sabía.
Juntos y de la mano me subiste los pies a los tuyos y sin parar bailamos hasta que la cinta de cassette acabó. Me di cuenta de lo grandes que eran tus pies y de cuánto me gustaba bailar. Gracias por enseñarme eso, aunque he de decir que no lograste enseñarme los pasos, sigo siendo un desastre con la coordinación.
También quiero decirte, aunque ya lo has visto desde ahí, que no he repetido esa experiencia nunca en mi vida, no así, desde luego, te echo de menos.
La vida te da lecciones de baile todos los días, aprendes a deslizarte por las horas y a dar vueltas hasta encontrar la solución a los problemas que te vienen, pero sin ninguna duda, mi mejor baile eres y siempre serás tú. Gracias abuelo, que bien bailaste la vida y que buen inicio de la mía me diste.
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