Mi libro de religión era muy fino y a todo color. Teníamos clase de religión los viernes, porque era una hora en la que quién no quería, no tenía por qué prestar atención. En otras palabras, era una clase en la que nadie se esforzaba, para cuando estabas cansado iba de lujo.
En uno de los temas, al inicio de curso, vi una tira de viñetas que me llamó mucho la atención. El profesor no pretendía leer esas páginas y siguió dando temario, pero yo me quedé ahí, absorta en esas viñetas a pie de página.
En ellas se veía como una mujer iba pasando de etapa en etapa a lo largo de su vida.
Primero se veía como, a trazo fino, una niña se disfrazaba fingiendo ser una princesa, en la siguiente se veía a una adolescente gótica, en otra seguía siendo la misma joven pero con aires de metalera, y en último lugar, en su adolescencia, hasta intentó ser hippie.
Probó también a ser monja cuando empezó su edad adulta, tras dejar la universidad, pero se arrepintió y se hizo jardinera, luego se casó y tuvo hijos...
La finalidad era explicar que, a pesar de que la vida funciona a base de prueba y error, la gente cambia, pero no por ello deberían cambiar sus valores o moral.
La protagonista de las viñetas nos quería enseñar que la religión siempre está con nosotros en cualquier etapa, pero yo lo llevé a mi terreno, a mis valores, a lo que quería para mi en el futuro...
Me quedé pensando emocionada, mientras notaba un magnífico cosquilleo por mi columna, qué es lo que sería de mi vida cuando saliera de esa rutina en el colegio.
Bueno, a día de hoy, esa tira sigue siendo uno de mis pilares para recordarme a mí misma, que todo cambia, todo pasa, todo se intenta y si todo falla, se intenta otra vez. Y sí, la fe sigue ahí, como le pasó a la de las viñetas, aunque no sea al catolicismo.
Las clases de religión y en concreto, ese libro, me enseñaron más que un adoctrinamiento ideológico católico. Soy tolerante ante todas las religiones e ideologías que no atentan contra la libertad de un ser humano y aprendí cultura, algo que escasea mucho hoy en día.
No es el qué le dan a la persona, sino qué hace la persona con lo que le dan.
Todo iría mejor si dejáramos de culpar a una asignatura del odio que nace en los medios de comunicación y en las casas.
sábado, 23 de noviembre de 2019
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