El cuento en el que la reina se dio cuenta de que de su castillo había sido destronada.
Cómo corrió la tinta de los pétalos de cada una de las rosas; cómo se desangraron los ríos de sus corrientes; cómo brotaban las voces rotas.
Ella imperturbable, con su tez ardiente, supo que se había desatado cuando los huesos dejaron de dolerle al crujido de su partida. Se le deshicieron los ojos en cristal cuando vio llorar al espejo y ahorcó las mil mentiras que había contado en el árbol donde se columpiaba de niña.
De las ramas bajó un lemur que asomó sus ojos amarillos tras las hojas del gran árbol. Ella le miró sin sobresalto, siempre había notado sus ojos en ella, mirándola crecer, esperando, nunca le había incomodado su presencia, sobre todo porque cuando ella era niña, él también era un cachorro.
-Cuánto tiempo.
-"Vas a morir, van a caer, hoy van a llover las crisálidas gestadas en el vientre de tu corona, la que durante años se ha escondido bajo un manto de oro, un anillo de poder y unas palabras de consuelo a cada súbdito que confió sus penas en ti".
Asintió levemente y se dio la vuelta, lo sabía, pero era una buena advertencia. Los animales del reino tenían una vida muy longeva y una sabiduría conectada a los árboles y las profundidades del mar dónde se escondía la última clave para solucionarlo todo.
Metió un pie, frío y desnudo, en el lago del reino y vio el reflejo de lo que siempre supo que había, pero que conocía por primera vez en ese instante. Esas ojeras no podrían haber contenido otra batalla más. Los labios rojos, ni de carmín ni de pasión, sino de sangre por morder las heridas que le hacía el haber perdido, tenían una leyenda tras ellos.
Cuando la reina destronada, miró su reflejo, tan puro, tan sincero, aceptando la derrota y todas sus imperfecciones, la sangre de sus labios goteó. Fue una noche que ninguna sirena olvidará, sus colas se tiñeron de rojo, las escamas escarlatas son ahora un signo de identidad para todo aquel que se atreve a ver desde lejos su rumbo correr.
viernes, 11 de enero de 2019
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