lunes, 10 de diciembre de 2018

Antes de que floreciera

Vi mi bosque, siempre lo veo al otro lado del cristal. No pude aguantarme, otro día más, y corrí hacia él. Echaba de menos el mar, la inmensidad del horizonte... Pero que maravilla pisar las hojas secas y ver todos esos árboles.

A lo mejor lo que sentía era culpa mía, esa sensación de huida. Tal vez es porque en mi maleta siempre pesaron más las páginas de una buena historia que las carteras y morales impuestas.

No siempre hay un camino con final, a veces el propio camino es llegar a la mitad y dar marcha atrás. Sin juicio. Sin miedo. Sin pensar.

Las hojas crujían, las sombras cuchicheaban entre las ramas. La frondosidad del bosque no dejaba indiferente a ningún ser que lo contemplase.

Por eso a veces te llamo en mi mente, "Mi bosque en llamas". No te olvides, eres tú. Es por ti.

Cerré los ojos y estiré mis brazos hacia arriba. Mi columna se estremecía. Solo cuando pienso en ti puedo llenar los pulmones completamente y vaciar todos los pensamientos que me hacen daño al sacar el aire por mi nariz. 

No sé si me entenderéis algún día. Paso a paso, lanzaba la punta del zapato hacia delante levantando algunas ramitas del suelo. Olía a tierra.

No estoy ciega de amor ni pretendo alejarme de vosotros. No busco rebelión ni lucha, busco ser yo y estar feliz, por lo menos ahora.

Tengo sueños que cumplir, pero no los encontraba hasta que la encontré a ella. El sendero iba comiéndose por los árboles y algunas zarzas, menos mal que llevaba un pantalón largo. 

Tal vez a lo que aspiraba en la vida se parecía más a lo que vosotros queríais de mi antes de que ella floreciera en mi. 

Ninguno de los caminos es fácil porque nunca sabes qué puede pasar. Hay noches en las que mi mente viaja a toda velocidad, más lejos de lo que ningún sueño ha podido llegar a alcanzar. Horas, días y minutos, todo me da igual.

Llegué a un pequeño puente de madera que cruzaba un río que llevaba años seco. En el cauce habían varias madrigueras y era un tránsito sin límite de velocidad para las ardillas que galopaban de orilla a tronco como si no hubiera nada más importante en el mundo.

¿Por qué llevo cuatro años inventando excusas y cediendo a todo lo que odio por veros a vosotros sonreír? Seguía pensando en las ardillas.

Salgo ya de lo establecido, al encuentro con lo desconocido. Igual no son las formas ni los minutos lo que me va a hacer avanzar en el camino. 

Veo a lo lejos la losa de mi ventana al doblar una esquina, enaltecida por un árbol. Desde esa ventana había mirado con deseo el mismo bosque que ahora sentía bajo mis pies, minutos antes de empezar el paseo y echar a correr. 

Ya tenía que volver, pero sea como sea, haré cuenta de lo que necesito para continuar. Menos mal que siempre tendré mi bosque en llamas, con sus crujidos y sus hojas secas, con flora y su fauna. Ella ríe y es río. Ella cruza y bebe silenciada por el pantano de sus aguas, sedientas, atrayentes, devora, revive, alivia y calma.



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