lunes, 10 de diciembre de 2018

La colonia de las emociones

Me colgué de su mano y empecé a caminar. Respiré profundo para poder saber como me sentía y noté de repente el vacío en el pecho. 

Cuando la gente grita que está rota por dentro, que ya no son los mismos, realmente sí que lo son. Nada ha cambiado en ellos, porque cuando realmente estás roto, no lo vas gritando lo sangras y lo respiras despacio, como si fuera el último aliento y la última calada que tu cuerpo va a soportar entre tanto sufrimiento.

Sangras y respiras, con cada latido de tu corazón, a cada paso, día tras día. Es normal acabar agotado tras tanto intentar. 

Las lágrimas son gotitas de sentimientos, la colonia de las emociones. Nos impregnamos de ellas, dejamos que nos calen y que maravilla es, llegar a casa, y sentir que cada gota ya no moja, que tan solo es parte de tu alma. 


Tan dulces y saladas, el aspecto de la libertad en un cristal de agua. 

A todo esto, yo ahí seguía, colgada de su mano con mis botitas de agua, destellos de la tormenta en cada uno de los surcos que se deslizan de la punta a la suela. 

Sus pies a mi lado, su mano en la mía, su mirada al frente y la sonrisa perdida. Pero los sentimientos que le hacían quedarse, eran todos por mi y eso es lo único que yo le pedía, que se quedara ahí.

Respiré profundo para poder sentir a dónde se había ido la tormenta  ahora y decidir si alejarme de la mía un poco más. La decisión fue fácil porque a su lado me daba igual. Iba a calarme entera, por ella, con ella, mirada al frente, la sonrisa de la una por la otra y luciendo nuestra colonia.




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