sábado, 1 de diciembre de 2018

Mi rosa, mi niña

Había una vez una rosa roja, tierna, cruda, prieta, que todas las tardes dejaba que la lluvia lamiera sus pétalos. Yo todos los días la veía cubierta de escarcha, esperando temblorosa que cada noche fuera más benévola que la anterior. Los leones la acechaban y no sabía como es que no se la comían aún.

En una de esas horas de inmersión en lo desconocido, desde la seguridad de mirar tras el cristal, descubrí una suerte que me cambió para siempre. La rosa me estaba llamando a mí. Ella sabía que la estaba mirando, quería probar mi fuerza, me pedía a mi que la lamiera, me dejé llevar por su perfume y ahí cosí el final de la condena y amedrenté a todos los truenos de la tormenta porque de repente, quien rugía más allá del cielo, era yo por ella. 

Me dejó entrar por su tallo, me pidió perdón cien veces, intentando no clavarme las espinas y yo me asusté, no quería decepcionarla, porque la verdad es que sin querer se quedó clavada en mis costillas y desde entonces, la respiraba solo a ella; se quedó clavada en mis manos y por lo pronto solo pude sentir el tacto si la rozaba; se quedó clavada en mi cabeza y desde ese momento supe, que solo podría pensar en ella.

Las horas pasaron mientras me deslicé en ella, arriba y abajo conociendo todos los rincones y las heridas del pasado que la hicieron ser la única rosa que me había cautivado. Así es como probé el néctar más dulce y salvaje que había sentido en mis labios, pero llegó el frío, se cerraron las puertas, el viento me advirtió, pero fue tarde porque yo ya era presa de sus encantos, de su fuerza, de sus éxitos y sus derrotas y ahí me quedé. No podía hacer otra cosa que ser parte de ella. Roja, tierna, cruda, prieta. Con ella. 

¿Y sabéis que le dije al viento? No sé de que me adviertes, si de lo que tengo miedo ahora es de haber pasado tanto tiempo contemplándola y tan poco viviéndola.

Ahora las dos combatíamos juntas. Nos preparamos para combatir la escarcha, pero nos despertamos  sonriendo, sorprendidas, de que el sol al conocer nuestra historia, necesita venir a vernos  todos los días y asomándose tímidamente calienta todo el hielo que queda sobre ella. 

Mi niña, haces que un mundo sin corazón sienta latidos desde los ríos hasta el sol. Tus 25 inviernos me ha costado encontrarte. Al vigésimo sexto fui yo la que tuvo suerte. Gracias porque ahora yo me quedo contigo. 


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